La magia es una actitud optimista ante ciertos hechos que superan al ser humano y que no podría explicar de otro modo. Creer en la magia y sus efectos beneficiosos es aceptar su principio fundamental: la Creación no está acabada, se produce en cada instante, y el ser humano con conocimientos puede intervenir en la naturaleza de las cosas para cambiarlas; para hacer realidad lo irreal. Me he preguntado muchas veces qué mantiene erguidos los edificios sagrados, esos montones de piedras que resisten impávidos el paso de los tiempos, cuando otros edificios, confeccionados con hormigón y materiales más evolucionados, se desploman apenas cincuenta años después de construidos.

Por eso, siempre consideré a los templos como espacios mágicos. Entre otras razones, por esta que he señalado antes, porque mantiene erguidas las piedras que conforman sus muros, los amplios ventanales, los ajustados arcos y las pesadas cubiertas. A pesar de los siglos, siguen manteniendo el equilibrio entre las fuerzas incomprensibles que actúan en su interior. No se descomponen ni se desploman, y continúan transmitiendo mensajes simbólicos, intrínsecos de las formas que le confieren su razón de ser. Y ahí estamos nosotros, cazadores de ilusiones, frente a la mole incomprensible, hurgando las piedras para encontrar una razón, la más insignificante y, quizás, sin relación alguna con lo que queremos encontrar, pero firmes en el propósito de hurgar para comprender una de las infinitas razones que motivaron al cantero a dejar su impronta.

Álvaro Rendón Gómez