Como su nombre indica, las marcas de cantería son los signos grabados con cincel, buril o puntero por los canteros en las piezas regularizadas que se empleaban para las construcciones en la antigüedad. Aparecen por primera vez en los templos y monumentos egipcios y los palacios cretenses (2000 a.C.). La arquitectura griega, romana y posteriormente bizantina heredaron en mayor o menor medida esta costumbre, una práctica que se perdió tras la caída del Imperio Romano (476 d.C.) debido a que prácticamente se dejó de construir en piedra, aunque se conservó en algunos núcleos aislados donde la tradición nunca desapareció por completo. No fue hasta el siglo XI, tras el advenimiento del nuevo milenio y debido a la expansión socioeconómica que se produjo en el continente europeo, que se recupera la técnica de construcción basada en el aparejo de sillería romano y, asociado a ésta, la antigua tradición de los canteros de marcar los bloques con una variedad sorprendente de signos y figuras geométricas de todo tipo.

La forma en que comienza la recuperación de esta costumbre resulta difícil de precisar, aunque se pueden apuntar tres posibles vías: la tradición técnica de la construcción en piedra, que nunca se habría perdido del todo tras la caída del imperio romano; la vía arqueológica, dada por la observación directa de las numerosas ruinas de las construcciones de la antigüedad clásica, que supondrían una fuente de aprendizaje sobre las antiguas técnicas constructivas; y la vía literaria, cuyo mayor ejemplo es el célebre tratado de arquitectura, escrito en el siglo i, del ingeniero romano Marco Vitruvio Polión.
 

No cabe duda, y es algo que aún se puede observar en los muros de las construcciones medievales, que la costumbre de grabar marcas de cantería tuvo una gran difusión en el espacio y el tiempo, indicio de la importancia de este conjunto de signos, más allá de fronteras geográficas y políticas, en el contexto de la arquitectura entre los siglos XI y XV. Sin embargo, y a pesar de que se trata de un fenómeno tan extendido, cuando debiera haber una abundante documentación al respecto nos encontramos con un silencio absoluto en las fuentes hasta bien entrado el siglo XV, como sucede con todo lo que podía tener una relación directa con las técnica y métodos de trabajo de los canteros; los planos de las construcciones o la forma en qué se transmitían los conocimientos. Esto es debido en gran parte a que estas asociaciones se caracterizaron por el marcado carácter secreto de sus actividades y las reglas de silencio que se imponían a sus miembros, que buscaban proteger sus intereses ocultando las técnicas, los métodos de trabajo y las formas de organización que los convirtieron en una de las asociaciones más importantes de su época. Solo existe documentación, y de época ya tardía, únicamente referida a las reglas que regulaban las actividades de sus miembros, sus deberes y derechos.

Hay muchas teorías sobre sus posibles significados y funciones. Entre los mismos investigadores no hay consenso. En su conjunto, todas las teorías parten del estudio de sus formas, analogías y diferencias; la observación del vigor de sus trazos sus ubicaciones y la abundancia o escasez de las mismas en las construcciones. Sin embargo, la gran riqueza y variedad del corpus de signos labrados en los paramentos de los castillos, iglesias, ermitas y catedrales medievales no admite una única explicación, y aquí es donde radica el problema de su interpretación y la dificultad a la hora de abordar su estudio.

Al valor arqueológico que las marcas de cantería tienen por sí mismas, que nos ayuda a reconstruir la historia del edificio, habría que añadir la información que nos pueden aportar sobre las técnicas de trazado practicadas en la arquitectura medieval según los principios de la Geometría Fabrorum, aquélla que emplea como únicos instrumentos de creación la regla sin marcar y el compás. Algunos signos lapidarios, cuya frecuencia en las construcciones suele ser muy baja, forman parte de un argot canteril cuyos orígenes son el testimonio de una antiquísima tradición constructiva. En ese sentido, la información que nos aportan sobre las técnicas de labrado y construcción medievales es muy valiosa. Las evidencias de esta tradición, que no se encuentran recogidas en los escritos por las reglas de silencio propias del trabajo de los canteros en el ámbito de las corporaciones gremiales están ahí mismo, labradas los muros de las iglesias, catedrales y fortalezas que pueblan nuestra geografía. 

Cuando hace seis años iniciamos el proyecto SIGNO para la catalogación de marcas de cantería éramos muy conscientes de la importancia del documento gráfico. Interesados en el estudio de la geometría implícita en algunas marcas de cantería era fundamental el trabajo de campo. Si algo hemos aprendido en estos años es que en los pequeños detalles es donde se encuentran los mayores secretos. Muchas gracias de nuevo a Nacho por hacerse partícipe de la difusión del proyecto SIGNO para la catalogación de este conjunto de signos en la península Ibérica y por el interés que siempre ha mostrado por nuestras investigaciones sobre los posibles significados y funciones que este argort canteril grabado en el libro de piedra tenía para los responsables de algunos de los edificio más prodigiosos de nuestra historia. Preservar y profundizar en el conocimiento de este legado en nuestro principal objetivo.
 

 © Rafael Fuster Ruiz y Jordi Aguadé Torrell